Nikko es por parte una estación de montaña donde se puede esquiar y disfrutar de baños termales, por otra parte un centro religioso importante con varios templos patrimonio de la humanidad. Empezamos nuestro día en Nikko comprando un bono de autobús de turistas que lleva a todos los sitios del pueblo que son patrimonio de la humanidad, y nos bajamos en la primera parada que se bajaban también unos turistas latinoamericanos. Nos dijeron que su sensei (maestro japonés) les recomendaba este sitio.
Al aproximarnos a Rinno-ji, vimos un edificio grande que recubría el sitio donde debía estar el templo, y pensamos que el templo estaría en renovación. Pues sí que estaba, y tanto que no quedaba nada de él.
Se podía subir por una escalera (o se debía ya que era lo único que se podía aprovechar de los 500 yenes del billete de entrada), hasta llegar a un pasillo con ventanas que daban a la obra. Se veían obreros que tallaban piezas de madera copiando exactamente las antiguas que tenían al lado. Se las veía podridas, y de hecho había carteles con dibujos de gusanitos que se comían la madera. También parece que el templo había sufrido algún daño en el terremoto del 2011 (el de Fukshima). Luego aprendimos que hacían ese tipo de reforma completa una vez cada 100 años.
Todo eso era muy interesante, pero nos sentimos un tanto estafados con el precio de la entrada, ya que no había ni un cartel en inglés que indicaba el estado del templo y no nos lo dijeron tampoco. El sitio estaba lleno de jubilados japoneses que sí sabían a lo que iban y leían los carteles interesados.
Tras ese fracaso nos fuimos a ver el segundo templo incluido en el billete combinado que habíamos comprado, el mausoleo de Taiyuin. Es famoso por sus cuatro demonios, que tienen una mano alzada para acoger al visitante de corazón puro y la otra para abajo para rechazar a quien viene con malas intenciones.
Pasamos del siguiente templo importante, el Toshogu, que costaba 1300 yenes y tal vez habríamos visto sin rubios, pero preferimos tomar un helado en la cafetería del museo.
Bajamos andando por el río hasta el dicho abismo de Kanmangafuchi, que no es un abismo ni mucho menos, pero el paseo es agradable con buddhas sembrados por el camino.
Comimos tallarines en un garrito al lado del camino del abismo y nos volvimos al pueblo en autobús. De allí cogimos el tren hasta Kinugawa-Onsen donde teníamos una habitación reservada.
Como lo indica su nombre, Kinugawa-Onsen es conocido por sus múltiples baños termales. Por lo tanto tiene unos cuantos macrohoteles de esos que parece que puede acoger seis autobuses de chinos. Nuestro hotel era uno de esos, situado en una banda estrecha de tierra entre la autopista y el bosque densísimo del monte japonés. Fuimos acogidos por un empleado muy simpático que no hablaba ni una palabra de inglés y me hablaba con un flujo de frases japonesas de las que entendía unos 5%. Muy amablemente nos indicó un sitio excelente donde cenar, y nos fuimos a nuestra habitación de lujo. En todo el hotel de 8 plantas parecía que eramos solo dos clientes, ambos en la cuarta planta. El restaurante estaba cerrado pero había café, una silla de masaje y una biblioteca (todo en japonés).
Hotel Ootaki
Kinugawa-onsentaki
Nikko
Al aproximarnos a Rinno-ji, vimos un edificio grande que recubría el sitio donde debía estar el templo, y pensamos que el templo estaría en renovación. Pues sí que estaba, y tanto que no quedaba nada de él.
Se podía subir por una escalera (o se debía ya que era lo único que se podía aprovechar de los 500 yenes del billete de entrada), hasta llegar a un pasillo con ventanas que daban a la obra. Se veían obreros que tallaban piezas de madera copiando exactamente las antiguas que tenían al lado. Se las veía podridas, y de hecho había carteles con dibujos de gusanitos que se comían la madera. También parece que el templo había sufrido algún daño en el terremoto del 2011 (el de Fukshima). Luego aprendimos que hacían ese tipo de reforma completa una vez cada 100 años.
Todo eso era muy interesante, pero nos sentimos un tanto estafados con el precio de la entrada, ya que no había ni un cartel en inglés que indicaba el estado del templo y no nos lo dijeron tampoco. El sitio estaba lleno de jubilados japoneses que sí sabían a lo que iban y leían los carteles interesados.
Tras ese fracaso nos fuimos a ver el segundo templo incluido en el billete combinado que habíamos comprado, el mausoleo de Taiyuin. Es famoso por sus cuatro demonios, que tienen una mano alzada para acoger al visitante de corazón puro y la otra para abajo para rechazar a quien viene con malas intenciones.
Pasamos del siguiente templo importante, el Toshogu, que costaba 1300 yenes y tal vez habríamos visto sin rubios, pero preferimos tomar un helado en la cafetería del museo.
Bajamos andando por el río hasta el dicho abismo de Kanmangafuchi, que no es un abismo ni mucho menos, pero el paseo es agradable con buddhas sembrados por el camino.
Comimos tallarines en un garrito al lado del camino del abismo y nos volvimos al pueblo en autobús. De allí cogimos el tren hasta Kinugawa-Onsen donde teníamos una habitación reservada.
Como lo indica su nombre, Kinugawa-Onsen es conocido por sus múltiples baños termales. Por lo tanto tiene unos cuantos macrohoteles de esos que parece que puede acoger seis autobuses de chinos. Nuestro hotel era uno de esos, situado en una banda estrecha de tierra entre la autopista y el bosque densísimo del monte japonés. Fuimos acogidos por un empleado muy simpático que no hablaba ni una palabra de inglés y me hablaba con un flujo de frases japonesas de las que entendía unos 5%. Muy amablemente nos indicó un sitio excelente donde cenar, y nos fuimos a nuestra habitación de lujo. En todo el hotel de 8 plantas parecía que eramos solo dos clientes, ambos en la cuarta planta. El restaurante estaba cerrado pero había café, una silla de masaje y una biblioteca (todo en japonés).
Hotel Ootaki
Kinugawa-onsentaki
Nikko
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