Para nuestro primer día en Shikoku dudábamos entre ir a ver un famoso remolino que se forma 2 veces al día en la costa este de la isla e ir a explorar las montañas del interior. Nos decidimos por la segunda opción, ya que si no llegábamos a tiempo para el remolino (11:30) nos quedábamos sin actividad para el día, y en cambio las montañas siempre están. Cuando cogimos el desvío para el valle, vimos que no éramos los únicos que habían tenido esa idea. Nos quedamos atascados en un medio pueblo al principio del valle. La cosa mejoró algo cuando nos metimos por la antigua carretera. El valle de Iya es famoso por sus paisajes y también por sus aguas termales (onsen). El más famoso onsen se encontraba en el fondo del valle, pero paramos en uno menos conocido para que mis chicos tuviesen su primera experiencia de baño japonés. Nos separamos en chicos y chicas, y entramos. Primero hay que ducharse, luego estar un poco en el baño. Como el agua abrasa no se puede quedar uno mucho tiempo, pero Irene no quería irse. Se portaron muy bien los niños.
Paramos en una estatua llamada Manneken Pis como el de Bruselas. La gente le echaba monedas.
Paramos a comer una cosita y nos subimos a unas cabinas con monorail en forma de mariquitas que daban un paseíto por las montaña. Una espera larga por una vueltecita de nada, pero era una actividad buena para los rubios.
Después del baño nos pusimos a buscar unos puentes de lianas famosos de los cuales solo quedan tres. Encontramos el mas accesible de ellos. No estábamos los únicos. Eso es el puente:
Y eso es el aparcamiento para ver el puente:
Había tienda de recuerdos y restaurantes por todo el recorrido. En cada esquina se podían comprar bacaladitos ahumados (o algo por el estilo).
Decidimos buscar los dos puentes menos conocidos que están en una parte menos conocida del valle. Los encontramos según empezaba a llover. Como suele pasar, el según do sitio era mucho más bonito que el primero y éramos casi los únicos. Que mal lo pasé cruzando el puente con Irene de la mano...
Volvimos a cruzar al otro lado del río por un teleférico artesanal.
Por la carretera, había muñecos de trapo en tamaño real que daban una impresión de pueblo fantasma. El sitio se llama pueblo de los espantapájaros.
Ya se puso a llover fuerte y se hacía de noche, así que nos volvimos directamente al restaurante del día anterior. Ese día sí que nos dejaron probar la parrilla. Nos pusimos ciegos.
Paramos en una estatua llamada Manneken Pis como el de Bruselas. La gente le echaba monedas.
Paramos a comer una cosita y nos subimos a unas cabinas con monorail en forma de mariquitas que daban un paseíto por las montaña. Una espera larga por una vueltecita de nada, pero era una actividad buena para los rubios.
Después del baño nos pusimos a buscar unos puentes de lianas famosos de los cuales solo quedan tres. Encontramos el mas accesible de ellos. No estábamos los únicos. Eso es el puente:
Y eso es el aparcamiento para ver el puente:
Había tienda de recuerdos y restaurantes por todo el recorrido. En cada esquina se podían comprar bacaladitos ahumados (o algo por el estilo).
Decidimos buscar los dos puentes menos conocidos que están en una parte menos conocida del valle. Los encontramos según empezaba a llover. Como suele pasar, el según do sitio era mucho más bonito que el primero y éramos casi los únicos. Que mal lo pasé cruzando el puente con Irene de la mano...
Volvimos a cruzar al otro lado del río por un teleférico artesanal.
Por la carretera, había muñecos de trapo en tamaño real que daban una impresión de pueblo fantasma. El sitio se llama pueblo de los espantapájaros.
Ya se puso a llover fuerte y se hacía de noche, así que nos volvimos directamente al restaurante del día anterior. Ese día sí que nos dejaron probar la parrilla. Nos pusimos ciegos.
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